Otro
día demasiado caluroso, todo muy monótono, nada que esperar y mucho que
lamentar. Es mitad del año 96 y las calles del municipio de Yumbo no parecen
conocer aún las palabras progreso y desarrollo, pero por algunas rendijas en
las ventanas de las casas de sus habitantes se asoma con algo de recelo la
ilusión de algo mejor, o simplemente de algo, porque cualquier cosa seria mejor
que aquel lugar marginado y sin los servicios esenciales para vivir con
decencia aunque tampoco se llegue a conocer lo que es comodidad. Pero ellos, mi
familia, hacen que ese día tenga una notable singularidad decidiendo cambiar de
rumbo y volver a Cali, la sucursal del
cielo, una ciudad con un clima cálido y plazas acogedoras, donde la gastronomía
y la buena sazón no se hacen esperar, perfectamente podría hablarse de Cali
como una capital de moda, entretenimiento y diversión.
Y
si, ahí nací yo, pero estoy segura que si hubiese nacido en otro continente
seguiría siendo yo, pero bien podría decir que soy Marilin, una joven de 19
años de edad, alta, delgada, que estudia en la Universidad Autónoma de
Occidente, pero yo no soy un simple cuerpo que ocupa un espacio, mi aspecto
físico puede variar con los años, tampoco creo que me defina estudiar y adquirir
mis conocimientos en un determinado lugar, son cosas exteriores y yo seguiría
estando.
Puedo
describirme como la persona que vive Cali de una manera tranquila, que se
siente cómoda en esta ciudad que ofrece salsa por doquier en cualquier esquina
de sus calles rumberas, pero a la que no le retribuyo nada de ello ya que la salsa no corre por mis venas, en
general no corre por nada de mi cuerpo, talvez porque prefiero los lugares tranquilos de Cali, quizás una
amplia biblioteca, un parque donde transcurre la gente con su afán cotidiano
sin detenerse a mirar el mundo, o lugares tan únicos y artesanales como San
Antonio. Cali tiene esa esencia única y de alguna manera me dejo cautivar por su
identidad, por sus pandebonos y típicos cholados en las canchas panamericanas,
pero también soy la que hace parte del consumismo que caracteriza esta ciudad,
soy la que se estresa por el insoportable calor y por el deporte extremo de subirse
al mío, así vivo Cali, pero todas aquellas experiencias físicas, emocionales y
mentales no dicen quién soy, esas emociones también pueden variar, y siento que
un lugar no me hace ser yo aunque su cultura influya en mí, mi percepción es
que el ser va mas allá de una determinada ciudad, que lo importante no es nacer
en Cali sino sentirse realmente caleño y yo aún no me siento de ninguna parte, yo
no reúno el estándar del típico caleño que baila salsa, que rumbea y que todo
el tiempo dice “mirá ve”.
He
llegado a la conclusión que soy mientras sea consciente de mis amigos, mi
familia, mis pensamientos y todo aquello que me rodea. Siento que soy más que
un nombre y un apellido, más que un número de cedula, no soy una simple
colección de letras, yo soy conciencia.
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